Caos
“Y la tierra estaba sin forma y vacía; y el espíritu de Dios se
extendió sobre la superficie de las aguas”. (Génesis, cap. I.)
Señalé al horizonte y me dirigí hacia él con mi embarcación. No se
sabía lo que encontraríamos allí delante, pero queríamos seguir aquel camino
que alguna vez nuestro dios había proclamado como suyo.
Ya al quinto día del viaje, mi hijo me tomó de la mano;
parecía asustado. Le pregunté sobre su pesar y él me respondió cálidamente:
—Dios
fue el Caos, padre.
Su voz era distinta, poseída por un ser diferente. Sin embargo, nadie
se estremeció, nadie creyó que aquel demonio fuese una criatura vil. Lo
encontré con mis brazos a pesar de que no era mi hijo y le indiqué que el
horizonte siempre fue el caos.
—Los griegos lo llaman Χάος, ‘espacio que se abre’ o ‘hendidura’. —Mis
palabras parecían formar parte de un discurso vacío. El ser que poseía a mi
hijo no me hacía caso, pues sabía mucho más de lo que yo podría explicarle. De
todas formas, proseguí: —Es el estado primigenio del cosmos infinito, de donde
nace Gea, la tierra, y de ella Urano, el cielo; que no son sus hijos, sino sus
consecuencias. Es por eso que, cuando llaman al Caos ‘abrirse una herida’ o ‘surgió
el resquicio entre la tierra y el cielo’, quieren decir que él es el horizonte
que los divide, horizonte que alguna vez Zeus hizo temblar.
Mi hijo me observaba y en sus ojos lo veía todo. Sentía que la tierra y
el cielo eran lo mismo, que luego se dividían por el medio y se reduplicaba
dicha separación al nacer como dioses, Urano a partir de Gea.
—Urano fue castrado por Cronos. Eso provocó la hendidura —dijo el capitán
del barco y se acercó. Se paró sobre la borda y miró hacia el horizonte como
hipnotizado.
—Todo inicio comienza con una castración —retrucó mi hijo y sacó un estilete.
La daga era plateada, con inscripciones griegas que apenas podía leer.
Lo miré sorprendido, pero no quise actuar. Me di cuenta de que era lo
más normal del mundo.
—Es lo más normal del mundo —le dije.
—Es lo esencial del mundo —añadió y horadó con su daga mi virilidad.
Dolió, pero el dolor se volvió placentero, pues correspondía al crecimiento de
mi hijo, al nacimiento de Gea y Urano y a la existencia del Caos. Luego,
levantó el órgano arrancado y lo tiró al mar.
—Nacerá Nix, la noche y Érebo, la oscuridad… —dijo el capitán.
—…y de ellos Éter y Hemera, que representarán el día y el cielo
brillante —añadió el pequeño que no era mi hijo. Luego, ambos se arrodillaron y
levantaron sus manos.
—Hemos llegado al principio del fin, al Caos del propio Caos —dijeron
al unísono y, de pronto, todos desaparecimos.
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