miércoles, 18 de noviembre de 2009
Hidra de Lerna
Solo observar aquella criatura infernal provocaba que mis grandes miedos de la infancia se hicieran presentes en ese instante de tiempo inacabable.
Las leyendas que mis padres me habían narrado, sobre héroes que lucharon contra este enorme monstruo acuático ctónico, contra esta criatura con forma de serpiente que representa al inframundo con la mirada... con las miradas, porque eran muchas, miradas por cada cabeza que se asomaban al final de largos y escamosos cuellos violáceos.
Y allí me encontraba yo, en el lago de Lerna, cumpliendo la apuesta que le hice a mis amigos de entrar a este lugar prohibido, a la supuesta entrada del inframundo.
Miré a la criatura casi paralizado, sin poder mover mi cuerpo, y en ese instante sentí que una entidad divina se acercaba a mi salvación, sentía cómo el poder de los dioses me iluminaban para poder salvar mi propia vida y completar mi apuesta sin problemas. Comprendí entonces que el poder era mío, que yo no era yo, que era alguien más poderosos, alguien con la sangre de los dioses; tan fuerte como Zeus y tan imponente como Poseidón.
Derroté a la criatura sin mirar con miedo sus rostros, los corté uno por uno con la sorpresa de que nuevamente volvían a crecer y a multiplicarse, pero la situación cambió cuando Atenea envió a Yolao para salvarme, quemando los cuellos de las cabezas ya cortadas e impidiendo que estas vuelvan a crecer.
Esa es mi historia, historia que recordaré como una de mis tareas enviadas por los dioses, aunque todavía no puedo recordar a quién representaba en un principio, a quién interpretaba al iniciar toda aquella situación...sentía que sus recuerdos eran verdaderos, que eran míos, y mis recuerdos actuales a la vez no existían.
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